Pedro salió de su casa, como si fuera cualquier otro, pero el sabía – si lo sabía- que no era como cualquier otro. Ése día el Sol lo quemaba más, pero; ¿por qué?
Pedro caminaba, no pensaba, que lindo caminar así hace cuanto no lo hago, pero el no lo piensa está en algo, que nadie conoce.
Pedro parece aproximarse, pero: ¿a qué?, él sólo lo sabe no necesita a nadie más, por lo menos por el momento.
Pedro mira a las flores, sus colores, su forma.
Pedro huele a las flores, su aroma, dulce perfume que despierta al más idiota.
Pedro las siente, lo inspiran, están presentes.
Pedro arranca una, toca la huele y sigue caminando. Mientras camina va pensando en ella, en la única, en la que le despierta el cuerpo de la misma manera que lo hace el Sol una mañana de verano.
Pedro llega, la abraza, la besa y le regala la flor, ella lo mira le dice –te amo- y caminan juntos hasta perderse en el horizonte, nada mejor que perderse en el horizonte con las flores del otoño.
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